De la democracia de los augurios y la manipulación

Ramiro Martín Luján Chávez

Economista

Es Karl Popper quien introduce el concepto de “efecto Edipo”, para describir la idea de que una predicción puede alterar el comportamiento humano hasta el punto en que manipula a las personas para que ocurra aquello que fue predicho. Es un caso particular de lo que también se llama profecía autocumplida o profecía autofrustrante, dependiendo de si la predicción favorece que ocurra lo predicho, o más bien provoca que no ocurra. Popper usa la historia de Edipo (el oráculo predice que matará a su padre y se casará con su madre; Edipo, intentando evitarlo, acaba cumpliendo la profecía) como ejemplo de cómo el saber, la predicción o el diagnóstico pueden modificar el comportamiento o cambiar la decisión social. En la actualidad, la tendencia sugiere que un campo de aplicación del efecto Edipo, es la propaganda electoral y la publicación de encuestas para tratar de influir sobre las decisiones de los votantes.

El efecto Edipo, puede ser utilizado para influir en el ánimo de las personas que ratificarán aquello que se les dijo ocurriría como una predicción, como una profecía que se autocumple, o como justificación cuando ocurre lo contrario, es decir, como autofrustración. En el caso concreto de las elecciones, este es el arma de doble filo que acontece cuando los jingles y los slogans sustituyen a las ideologías y a la lucha de clases tratando de convencer mediante algunos mecanismos, llámese “propaganda electoral”. El interés de la patria se muestra en la vestimenta del candidato por encima de su propio patriotismo que pasa a segundo plano; el candidato no sólo tiene que ser patriota sino parecerlo. El destino de un país, entonces, no se construye, se profetiza.

El efecto Edipo tiene un hermano siamés más travieso y acomodaticio, es el efecto bandwagon que se refiere al hecho por demás visible de que la multitud monta el carro del supuesto vencedor. Mientras que el efecto Edipo es filosófico, hasta casi trágico, el efecto bandwagon es carnavalesco, es una distracción dirigida a la masa para que baile al ritmo que le toca el candidato a quien se le presenta como invencible mediante estrategias de imagen y marketing político. Mientras el bandwagon es un comportamiento de masas, el efecto Edipo es un principio epistemológico.

Sin embargo, el efecto no es estático y no todo pronóstico es un conjuro del que nadie se podrá liberar. Algunos electores reaccionarán con conformidad subiéndose al carro del supuesto ganador, otros responderán con solidaridad hacia el posible perdedor, y una fracción restante, con neutralidad hacia el efecto que se pretendía instalar en el imaginario popular.

Para la puesta en escena de este teatro de los augurios y la manipulación y de la propaganda electoral, entran al escenario los asesores políticos devenidos en oráculos con nombre de “consultores” de imagen, que no creen en derechas ni izquierdas sino en el comportamiento del votante sobre el cual se debe influir y, hay que decirlo, con más o menos éxito de acuerdo al grado de educación e información de la maleable población. No existe mayor credo ni ideología que la victoria, ninguna religión mejor que la encuesta manipulada, y mejor credo que el “grupo de enfoque” sobre el que hay que predicar el evangelio de la recuperación de la patria de los intereses externos y los enemigos internos, de la lucha contra la corrupción, de la salvación de la crisis que otros han creado, de la recuperación de la nación de las garras del imperio.

El primer campo de batalla son las encuestas que se presentan como premoniciones, como profecías que se autocumplirán sin esperar ni sospechar que pueden ser autofrustrantes al provocar el efecto adverso. De esta forma se puede elegir el destino que irremediablemente se tendrá que cumplir porque es el deseo del candidato y que hace realidad el asesor de imagen. Los números triunfan sobre las ideologías, las tortas estadísticas se interpretan como cartas de tarot; alguien anuncia el final de la obra de teatro y el público, al escuchar crédulamente y creer lo que le dicen los analistas supuestamente mejor informados, reconfigura su comportamiento, sus expectativas, sus alianzas y sus decisiones de voto.

Para los asesores electorales el efecto de Edipo es una estrategia de campaña; los asesores de imagen son indiferentes a las ideologías y las causas, van de candidato en candidato buscando no un ideal sino un contrato, no creen en derechas ni izquierdas, sino en el brillo de una sonrisa bien ensayada, han sustituido la lucha de clases por la lucha mediática, la ética por la estética, la verdad por el slogan. El efecto Edipo es el oráculo que se aprovecha de la fragilidad y volatilidad colectivas: queremos saber el futuro y en el intento por conocerlo nos lo crean, lo deforman y, como incautas víctimas de la manipulación, lo cumplimos. Tal vez algún día comprendamos que la verdadera libertad política consiste en votar sin oráculos, decidir sin las voces de los que nos dicen qué decidiremos.

El truco consiste en hacer que el votante crea que piensa libremente cuando en realidad reproduce lo que le dicen las encuestas. Quizás la verdadera revolución consista en romper el círculo de las profecías. Las encuestas, las campañas, los discursos y los influencers son hoy los nuevos aparatos de esa ideología: instrumentos que fabrican consenso, repitiendo una y otra vez el estribillo de la libertad mientras se mide la obediencia. Mientras tanto, los asesores políticos —esa nueva casta de sacerdotes sin dioses— creen en las métricas y en los algoritmos. Se venden al mejor postor y predicen lo que el cliente quiere oír. Han reemplazado la lucha de clases por la lucha de likes.

Entonces ya no es necesario predicar ideología sino optimismo. “Estamos primeros en las encuestas” repiten con una gran sonrisa sabiendo que las cifras son dudosas por manipuladas, sin preocuparse si se tiene o no un programa coherente, sin preocuparse si el candidato recuerda el nombre del propio partido que lo postula. Se trata de parecer ganador antes de serlo, de redefinir la victoria (¿recuerdan aquello del “triple empate”?), de reinventar los símbolos patrios, de cantar a voz en cuello preferiblemente canciones que hablen de la grandeza de la patria.

Llegado el día de la elección y si hay confianza en el ente que regula las mismas, se revela el enfrentamiento entre el efecto Edipo y el bandwagon. Si el augurio y la manipulación no ganan, siempre se podrá gritar a voz en cuello: “fraude”. Conocidos los resultados de las elecciones y al ver más allá del espejismo que nos mostraron, al descubrir que el resultado electoral fue decidido por un sueño colectivo, se nos vendrá a la memoria aquella frase que se atribuye a Abraham Lincoln: “Pueden engañar a todo el mundo algún tiempo. Pueden engañar a algunos todo el tiempo. Pero no pueden engañar a todo el mundo todo el tiempo”, a la que responderemos con una sonrisa de amargura y desesperanza: “pero a nosotros nos engañan todo el tiempo”.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *